domingo, 28 de diciembre de 2008

Letargo decembrino o atolondramiento colectivo


“La piedra de diciembre es la turquesa y su flor, el narciso”.

Diciembre, en Wikipedia.

 ¿Cómo llamarlo? Es verdad que lo encierra en gran parte el consabido “feliz navidad y próspero año nuevo”. Pueblos del mundo, temporalizados en el calendario gregoriano, se rigen a través de siglos, años, meses y días, también cobijados bajo la expresión “por los siglos de los siglos”. Pueblos, quienes como el calendario, se hallan imbuidos en la religiosidad católica. Bajo ésta, al final de cada año, se conmemora el nacimiento del hijo de dios en la tierra y se celebra el cambio del ciclo anual. Allí, se experimenta, ¿cómo llamarlo?... un letargo decembrino o un atolondramiento navideño, la desaceleración del cierre de año.

Pues bien, existen distintas fases en este proceso de atolondramiento colectivo. Pasado el día de las brujas, aparece en escena un héroe cuyo poder radica en el saco de regalos que porta. Santa Claus, San Nicolás o Papá Noel, con su estómago henchido de gaseosa carbonatada, de barba y piel blanca como la nieve. Un santo mitificado comercialmente, quien ha logrado, sin marchas a favor o en contra, posicionarse en el lecho de nacimiento de Jesús. El niño dios, desplazado e incapaz de mutar en icono publicitario.

El calendario marca el inicio del último mes del año, diciembre. La ciudad se arropa con luces brillantes. Empieza la hipnosis rumbo al trueque navideño. El día de las velitas con agua de lluvia que es lo que hay. Los colegios en vacaciones y los centros comerciales en exámenes. Las  novenas que se rezan, que junto con el pesebre y los villancicos, son rezagos del fondo religioso del asunto. No me tocó ninguna novena en esta navidad, así que no sé si haya cambiado algo, si atraiga a los más jóvenes, si sea todavía el mecanismo más adecuado para celebrar en familia. Recuerdo que lo mejor era cuando se cantaba, ven ven.

La Navidad que se cierne sobre nosotros y ¡ay! de nosotros, aquellos quienes no contamos con la fortuna de compartirla con niños y niñas.  Esa, supongo, será otra navidad. También será la navidad angustiosa de los padres que buscan ser capaces de acomodarse en las ropas talla XXL de Santa. Navidades distintas, que en algo comparten el letargo del consumo inconciente, que proviene más del exterior, que de las ganas del dar por que nace dar.

Sin niños y sin pólvora es otro diciembre. La prohibición de la pólvora, dado los quemados cada diciembre, es evidencia de la incapacidad de celebrar. El fuego que quema o el fuego ritual que alegra. Eran diferentes aquellas navidades, con el cielo colmado de irresponsables voladores, pitos arbitrarios e inciertos globos. Ni siquiera chispitas.  

Y pasa la navidad y quién dijo miedo. Va como en contra de la corriente hacer algo por estos días. Los ojos que trabajan en estos días miran con desidia. El mundo parece detenerse un poco, se reacomodan los preparativos para la última celebración del año. Faltan cinco para las doce, abrazos y nuevo año.

Y por allá el seis de enero del nuevo año, llegarán los reyes magos con regalos al niño recién nacido. Pero no importa. Santa ya se encuentra descansando, bronceando su piel nórdica en alguna playa del caribe.

Imagen tomada de Bacteria, http://bacteriaopina.blogspot.com/

 

 

martes, 16 de diciembre de 2008

¿Es mejor ser empleado o propietario?

“Es mejor ser rico que pobre”                                                                                                              Antonio Cervantes, Kid Pambelé

Por estos días, como ya es habitual, afloran luces, villancicos, clausuras, festejos y vacaciones propios de la época decembrina. También, como es usual, afloran caras largas  diferencias y tensiones, entre trabajadores y empresarios, gremios y sindicatos, propietarios y empleados, congregados alrededor de la discusión del aumento anual del salario mínimo. Un mundo y un país, naturalmente, de patrones y obreros, producto de la lógica propia del ser humano, autoproclamada como igual pero manifestada como lo contrario. La inflación fue del 7,5%, los sindicatos piden el 14%, los empresarios llegan hasta el 6%. Una desigualdad de 8 puntos. Número que al voltearse se vuelve infinito.

La preocupación deriva de la sensación de que los sistemas y las instituciones cobran fuerza propia, refuerzan las desigualdades y niegan incluso condiciones mínimas, proyectando las diferencias fatídicas entre sobrevivir y vivir. Mientras para unos lo mínimo no está siquiera garantizado, para otros lo básico permite el acceso al disfrute. Unos cuidan casas de otros, quienes en ocasiones, como yo, son concientes del peso simbólico de la imagen del  portero que se pone de pie para abrir la puerta que da paso al edificio donde vivo.  

Todo parece confabularse para que unos posean, otros tantos produzcan y otros sirvan. Propietarios, productores, comerciantes y todos aquellos, ¿como la gran mayoría?, quienes ofrecen servicios. Nada malo hay en ello. Sin embargo, la profunda desigualdad que se observa desde un bus atestado, mojado y adormilado por la lluvia inclemente, ante un auto conducido por una única persona, no es una simple imagen urbana. Es evidencia de una situación que podría mejorarse un poco, ¿no?

Y henos aquí en Navidad. Tiempo de paz y reconciliación, dicen. De renovación, de buenas intenciones. Pero la paz y la reconciliación en Navidad suelen estar condicionadas por la máquina registradora y la renovación se suele dar en forma de regalos y empaques de utilidad efímera, condenados a la desgracia de ser basura o a la re dignificación del reciclaje.

El reciclaje anual es también justo y necesario. Familias se reúnen, compañeros departen y sentimientos se manifiestan. El colorido de luces, lleno de un simbolismo heredado sin aspavientos, en entornos tropicales adornados con la nieve desconocida, es señal de alegría y regocijo. La luz de la pólvora y los bombillos. La luz eléctrica que se aumenta y que trae en escena un calentamiento global que dice presente bajo una lluvia incesante, impertinente y saboteadora.

Acosado por la lluvia, he podido conversar con taxistas.  Los hay aquellos cuyo carro es propio, otros quienes deben pasar parte del producido al patrón. Según versiones entre cuarenta mil y setenta mil pesos diarios.

-¿Ha pensado en sacar carro propio?

-Pues sí, pero no, eso es muy bravo, no deja nada, prefiero así. Se daña algo y no es sino, “jefe que el bombillo, jefe que la batería, jefe que los impuestos, jefe que, jefe que, jefe que…”.

Sale caro. Lograr ser propietario, para algunos muchos, se ha convertido en la lucha de toda una vida. ¿O la vida de toda una lucha?

Por Nicolás Cárdenas Ángel / nicolas08@gmail.com

La Ñapa:

Voces, en ocasiones alejadas de los insultos y las agresiones vacías, se dejan ver en los comentarios a los artículos de prensa. A propósito, esta interesante propuesta en un foro del diario El Espectador:

“Y si mas bien introducen una ley de reduccion de la desigualdad que ponga topes maximos a los salarios (por ejemplo 25 salarios minimos) y que diga que cualquier salario debe ser multiplo del salario minimo. Asi a todos nos convendria que el salario minimo subiera. Y ni politicos, gerentes, o estrellas de la farandula podrian ganar los sueldos astronomicos que ganan sin que la gente pobre tambien mejorara su nivel de vida”.

Opinión por: elincognito, 9 Diciembre 2008 - 9:02am - El Espectador, diciembre 15, 2008

 Ilustración por Papeto, tomada de http://www.papetoons.blogspot.com/. 

domingo, 30 de noviembre de 2008

Amabilidad hostil: la confianza colombiana


DMG*: De Dios Mio Gracias a De Malas Guevones. Chiste popular sobre el verdadero significado de las siglas de la “comercializadora” DMG.

confianza. (De confiar). f. Esperanza firme que se tiene de alguien o algo.

Esperanza y confianza. Términos complementarios que suscitan toda clase de interrogantes a lo largo de la existencia propia, en tiempos que reportan el cansancio de la tierra, la pérdida de cordura del clima y  la extraordinaria (en sentido literal) realidad  colombiana. ¿Habrá agua suficiente en el futuro? ¿Es sostenible el ritmo de producción? ¿Qué hay de la llamada crisis mundial? ¿Será una mera ilusión el contraste de un negro en la Casa Blanca?

¿Veremos una Colombia sin guerra? ¿Con víctimas reparadas, con una reconciliación justa y bajo una verdadera equidad fraterna? Al menos y sin pelos, ¿seremos testigos de una Colombia distinta? ¿Un mundo? Sí, claro…

Llueve por la ventana y charlo con un taxista, quien preocupado recibe una llamada de su novia.

 “¿Qué es lo que hay qué hacer?...uy…yo había quedado de ayudarle a mi papá con una cosa…ya te llamo…”

Cuelga el celular y se retoma la conversación hacia nuevos aires, la confidencia inusual y cotidiana con el desconocido pasajero.

“Ah, qué problema… me pide que le lleve una camioneta a…cómo es que se llama…Puerto Gaitán, en los llanos, trabaja en un concesionario…no, que problema…la guerrilla, yo caer por allá, ¡no!, ¡qué tal!...qué tal me embale esta vieja…además mi papá es una vieja, una vaca orgullosa que no repite ternero… si cancelo pierdo el año…no, que tal que lleve algo en ese carro…no hermano, yo pagando por allá…además muy raro que nadie se la lleve…es como raro, ¿no?...ah, qué le digo…”

No se confía en ocasiones, ni de uno mismo, ni de la misma novia o de la propia amante, como nuestro confundidamente desconfiado taxista al volante.  Al salir a las calles de las ciudades colombianas, salgo con la ingenuidad de quien procura pasar el rato lo mejor posible y quien poco sospecha de los otros. Sin embargo, busco no dejarme joder. Así de sencillo. Estar atento. Mirar por aquí y por allá, proteger el bolsillo y asegurar el celular. Soy conciente que vivo en medio de una amabilidad hostil.

Pregunto en quien se confía y se asegura que en sí mismos, en los padres, la familia nuclear, algunos pocos amigos. “Pero al mejor de la familia, al mejor económicamente, muchos están viendo como coger…son los primeros…ni en la familia confío”, dice enfático otro taxista.

Y un baldado de agua fría a la confianza fue la que se llevaron los ahorradores de DMG. Los movió la confianza y por poco terminan bajo fianza. “A nadie le quedaron mal”, se dice aún. Y pensar, que se concibieron dimensiones paralelas donde David Murcia Guzmán (DMG) era poseedor de la fórmula mágica de reproducir dinero y fungía de adalid de los pobres frente al poder financiero. Un súper héroe de larga cabellera y sí, oscuro transitar. Pero estamos en la dimensión donde su fórmula parece ser un detergente que lavaba dinero, que apoyaba causas reeleccionistas y que ni siquiera tuvo la capacidad para escapar a las esposas. Tamaña decepción. 

¿Y vos en quien confías?

 La ñapa:

En Colombia, entre el invierno y las pirámides captadoras de dinero se viene dando la confabulación para que mucha gente pierda el techo. En Estados Unidos, un trabajador de Wal Mart es arrollado hacia la muerte por una multitud de compradores en el frenesí por las rebajas del Viernes Negro. Noticias que vienen y van.

 *DMG. Autodenominada comercializadora de bienes y servicios, que mediante el sistema de tarjetas prepago captaba dinero y ofrecía intereses de hasta el 300%. Recientemente fue intervenida por el gobierno, su líder fue detenido en Panamá y miles de “inversores” esperan conocer la suerte de sus ahorros.

Ilustración de Papeto, tomada de www.papetoons.blogspot.com

 

sábado, 22 de noviembre de 2008

Adoptada, desplazada y mestiza











¿Cómo decirlo? ¿Cómo confesarle, a un ser querido, que es querido pese a la ausencia de cualquier vínculo de sangre? ¿Cómo oficializar que eres familia, sin siquiera haberte concebido o engendrado? 
Lolita fue adoptada. De su pasado sólo se conoce que venía de una finca, junto con su madre y hermanos. Su padre ausente, símil del desplazamiento de familias colombianas huérfanas de padre y tierra, forzadas a padecer el asfalto urbano. Ella, la única muchacha de la camada. Lolita. 
El encuentro se dio en la Asociación Defensora de Animales (ADA), entre caballos rescatados de su conversión en zorras, de perros adultos en el limbo de la condena a no tener dueño y de jóvenes cachorros, ladradores ante la vida que recién empieza. 
Sus genes, los de Lolita, como el de todo desplazado, añoran el campo, la tierra y la corriente del río. Agitada, luego de una terapia de juego, correteo y escondidas, disfruta salpicar el agua de su plato. 
-No vayas a regar, sin chapotear me haces el favor. 
Brincan sus memorias escondidas en los charcos de la lluvia. 
Describir sus orígenes caninos, conduce a lo criollo, a lo mestizo, aquella referencia elocuentemente vaga y suficientemente concreta para describirnos a nosotros, los latinoamericanos, los colombianos. 
Que se le ve un cruce entre maltés y poodle, con poco del último por fortuna y sin pretender herir susceptibilidades señoritescas. Que le llaman schnauzer criollo, según el dictamen de un celador, con quien la conversación sólo fue posible gracias a ella.
Describir su gracia es como intentar señalar los atributos de una belleza resultado de los cruces sin designios que nos han marcado en medio del llanto de la risa y la agonía. 
-Lolita eres adoptada, pero también afortunada. Tienes tu propio zapato para satisfacer la comezón de tus encías en un país donde mucho andan descalzos pisando tierra ajena y con poco que morder.

martes, 11 de noviembre de 2008

Lolita teme la calle (¿quien no?)


-¿Salimos?

Silencio

-¿Vamos a la calle?

Silencio, acompañado de un giro de cabeza, ojos brillantes y tímidos chillidos.

-¿Salimos?

Gruñidos alegres en aumento.

-¡Vamos!

Mordiscos ofrecen resistencia a la puesta del collar. Manos que se embolsillan bolsa negra para recoger posibles desperdicios sólidos arrojados durante la salida.

Los chillidos dan paso a gruñidos confusos, que hasta sorprenden a su autora.

-Vamos…

El ascensor viene en camino, la puerta abierta y las patas se resisten a tomar el paso definitivo hacia el mundo exterior. Descenso y la emoción da paso a la angustia. Patas inquietas al aire, a manera de las manos de un infante quien busca refugio en brazos de su progenitor.

Asombro.

Un pito que suena y una blanca cabeza que gira.

Una puerta de carro se cierra.

Giro.

Un bus que se estaciona temporalmente mientras entrega la carga del día.

Otro giro.

Una colegial que corre rumbo al acogedor baño de su hogar.

Asombro.

Si no hay asombro, hay tensión.

No se disfrutan los olores, las marcas dejadas por otros colegas de especie. Tampoco se aprovecha para hacer lo propio. Ni siquiera se experimenta la necesidad de hacer necesidades. De hacerlo, el afán y la premura serían la constante, aun en pleno andén. Se rehúyen los encuentros.

Y halando la tiranía de la correa, se añora la calma casera.

-Muy bien, llegamos.

Jadeos y lengua dilatada, señales de una experiencia traumática.

Cómoda, sobre el sofá, se panea la vista sobre la ciudad.

Lolita sí disfruta la calle. Desde la ventana, a dos mil seiscientos metros y ocho pisos por encima del nivel mar.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Confianza policial: Busca en el agua y en los matorrales




“¿Y por qué es que se desaparecen?                                              Porque no todos somos iguales.”                        Desaparecidos, Rubén Blades

“Los niños se disfrazan para la ocasión y pasean por las calles pidiendo dulces de puerta en puerta”.          Halloween en Wikipedia 

Recién pasó el día de las brujas o el día de todos los Santos. Depende como se vea. La jornada de las brujas y de los atuendos que se hacen evidentes en un país que vive disfrazado. Con ministros de Guerra de apellido Santos.  

Recientemente, también, destituyeron a una veintena de militares implicados en actos sombríos sin poder apelar a que era por el Halloween. Hasta renunció el general Montoya, antes arropado con las dulces telas de las victorias militares. Quienes sucumbieron tentados ante posibilidades de trabajo, encontraron la muerte disfrazados de guerrilleros en combate, de falsos positivos y de recompensas en bolsillos camuflados. Disfrazados también, gracias a los titulares de prensa, pasarán a la historia como los desaparecidos de Soacha.

Hace tiempo ya, conversaba sobre la confianza que inspiran los camuflados oficiales, aquellos que deberían detentar el monopolio legítimo de las armas. ¿Alguna vez han sentido el brazo protector los cuerpos militares del Estado? Algunos nos declaramos huérfanos. Más allá de alguna información casual, la ubicación de la salida o de los baños, no tenemos recuerdo de una requisa amable o de un tierno empujón mientras se hace una fila.

Otros manifiestan sí haberlo sentido. Ella, en una ocasión, acompañando a un extranjero por las calles históricas del centro de la ciudad, recibió la ayuda de un par de policías, quienes amablemente los acompañaron en la ronda fotográfica. Incluso facilitaron la entrada a la Catedral Primada. Él, quien como funcionario de la procuraduría, departió alegremente en un almuerzo con militares y policías.

En ninguno de los dos casos eran ciudadanos del común. En uno, la acompañante de un extranjero, y en el otro, un funcionario público. He hablado con policías, con militares y uniformados, personas con necesidades y aficiones. No dudo que muchos cumplan su labor y que hasta tengan buenas intenciones. De qué los hay los hay. Sin embargo, me pregunto, ¿cuáles serían los resultados de una encuesta de opinión sobre la policía y el ejército, adalides de la política de seguridad democrática y cuyo prontuario se remonta siglos y palacios de justicia atrás?

El aura institucional de las fuerzas militares es un óxido que corroe cualquier posibilidad de confianza. Los héroes de la patria disfrazados de verdugos. ¿O verdugos disfrazados de héroes de la patria? Juzguen ustedes.


Adenda: En el cierre del Festival Rock Al Parque, realizado en el parque Simón Bolívar de Bogotá, el Sargento García de Francia, entonó la canción “Desaparecidos” de Rubén Blades. Como parte de una multitud bajo la lluvia y sobre el barro, ¿hacia dónde se debe dirigir la mirada?

Nicolás Cárdenas Ángel                                                                                nicolas08@gmail.com

 

 

 

 

martes, 28 de octubre de 2008

Crónica de un viaje a Honda

Al ganado calentador, protagonista de una triste e impotente empresa, víctima de la gana propia.


En días anteriores visité Honda, Tolima. Al atravesar la carretera desde Bogotá, no deja de impresionar el ser ya habituales testigos del derrumbe monstruoso a la entrada de Villeta. La amplia carretera que viene por La Vega, se encuentra hace años interrumpida indefinidamente, obligando a todo viajero entrar al pueblo y seguir camino. Un vestigio más de los increíbles estudios de suelos, de la planeación y previsión que caracteriza a nuestro aparato institucional.

Tampoco deja de impresionar, cómo pese a no ser zona roja, en el sentido legal del término, en Honda la muerte ronda de cerca y es visitante frecuente en las conversaciones cotidianas. El caso de un joven en bicicleta, quien encontró la muerte tras soltarse de la tracto mula que le servía de agarre e impulso. La muerte violenta de dos sujetos, al parecer desmovilizados y dedicados al pago extorsivo del gota a gota. El robo de una buseta rumbo a La Dorada y el susto de los tenderos quienes pensaron de inmediato en la guerrilla ante los golpes en busca de auxilio en su ventana. Por aquí y por allá, por accidente o por mero destino.

Como el destino de un ladrón de solares. Luego de robar herramienta y poner de sobreaviso al afectado, se dio inicio a la cacería. La conclusión, al momento de establecer la denuncia frente a las autoridades policiales, fue la de “prepárese, ese vuelve”. Pues a armarse de valor y de changón, a poner señales y evitar el sueño. Ocho días y la señal dio la alarma, y en efecto volvió, como gato sigiloso tras su presa, con los tennis amarrados al hombro. La cacería estaba dada y el tiro certero en la espalda fue la estocada a la afrenta de violar la paz del hogar en las horas más profundas del sueño. “Cucho, me mató…me mató…cucho…” . Una vez arriba la policía, se realiza el dictamen, no sin antes reclamar por no haber hecho justicia con la propia mano.

-“Casallas…, usted por acá…Ese es una rata, un vicioso…la próxima vez haga bien el trabajo, don…”

Se arregló la cosa para evitar problemas, el ladrón se recupera en el hospital y se mantiene el temor frente a una nueva cacería.

Así operan la justicia y la seguridad.

Addenda: ¿Cómo convencer a un adolescente, criado en el limbo entre las labores del campo y los placeres de la vida citadina, de no contemplar las filas del ejército como una posibilidad de vida?

¿Cómo persuadir a un joven recién salido de la policía, quien prestó servicio en Miraflores, Guaviare, quien quiere retornar a la policía pese a la experiencia y los hostigamientos vividos?

martes, 21 de octubre de 2008

Mi perra come caca

A Lolita.

"La coprofagia implica la ingestión de heces, esto puede ocurrir con las propias, de otros perros y/o de otras especies (gatos). Naturalmente, el perro no encuentra contrariedad en el sabor de las heces, ni oposición natural a esta conducta que el hombre toma como antinatural, pues la coprofagia es considerada como un comportamiento natural en el perro".


-Lolita, ¿qué haces?

Silencio.

-Te repito, ¿Lolita qué haces?

Silencio.

-Por última vez, ¿Lolita qué haces?

Silencio.

-Lolita, ¡te estoy hablando!

Silencio. Ojos que no ven, corazón que no siente.

-Lolita, por favor, mírame.

Si los ojos caninos hablaran, en esta ocasión dirían:

-No joda, abrase.

-Lolita, qué decepción. Y pensar que esta mañana tu lengua recorrió mi rostro.

Silencio.

-¿Lolita?

Silencio.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Colombicidio: Unas valen más que otras


El sufijo «cidio» deriva del verbo latino «caedere» que significa matar.

Las reflexiones sobre Colombia conducen inevitablemente a la muerte. La muerte intencionada. Historias desde siempre y por siempre que servirían de salvavidas a un guionista sin inspiración. En todas ellas la muerte aparece por aquí o por allá, como medio o como fin. O como ambas cosas.

La semana anterior los medios se dieron un banquete sazonado con el crimen de un bebé de once meses. El asesino era su padre, un taxista de Chía, quien pocas horas antes había concedido una entrevista pidiendo la liberación del niño. Historia en todo sentido cruel y lamentable, un plan que no sólo estipulaba asesinar al niño, sino a partir de ello inducir el aborto de su excompañera y para evitar problemas, eliminar a sus compinches. La razón de fondo, preservar su relación actual. Con arrogancia irónica, el sujeto podría apelar como defensa el ser un romántico extremo.

En fin, la muerte del niño llenó de vigor la sed mediática y la recolección de firmas para apoyar iniciativas que buscan la pena de muerte para violadores y asesinos de niños. Hombres y mujeres desfilaron ante micrófonos manifestando su indignación con el hecho que “no tiene nombre” (sí lo tiene, filicidio, cuando un genitor atenta contra la vida de su hijo), cometido por alguien que “ni siquiera es un animal, ni siquiera una hiena hace eso” y quien debe recibir “todo el peso de la ley”. Hasta los jugadores de fútbol profesional lucieron camisetas en apoyo a la propuesta de cadena perpetúa, antes de afrontar la fecha anterior.

Cadena perpetúa y pena de muerte. Pese a no estar impresas en ninguna ley colombiana, de ambas se sufre en Colombia. La primera en la triste experiencia de secuestrados, inocentes en un conflicto heredado y carnada como botín de guerra. Tan inocentes como aquellos falsamente condenados a la cárcel, al exilio involuntario por ser quien no se debe o al desplazamiento por estar donde no conviene. La cadena perpetúa a no poder expresarse, a callar y escapar. Y de la segunda son prueba las fosas comunes, tan comunes en el léxico colombiano como las palabras masacre, ejecución y desaparición.

Como la de campesinos y ciudadanos disfrazados de guerrilleros aun cuando no es el día de las brujas. Como la de jóvenes que parten de casa para aparecer enterrados en fosas comunes como muertos en combate.

Pues bien a la muerte nos hemos acostumbrado. Tanto aquellos quienes vivimos en la burbuja citadina, como aquellos quienes viven en fincas, pueblos y veredas. Pero ojo, no sólo nos hemos acostumbrado con terca resignación al dolor de la muerte, demente como el crimen del taxista filicida. Ahora nos quieren acostumbrar a la muerte como motivo de alegría y victoria. Y el botín de la muerte lo tolera todo, desde cruzar fronteras ecuatorianas para eliminarlos de la faz de la tierra (léase Raul Reyes), hasta celebrar, con la mano victoriosa del muerto, la confirmación de su deceso (léase Iván Rios). ¡Estamos ganando la guerra!, brindarán en el éxtasis de la batalla.

Al pensar sobre la muerte, sobre Colombia, queda la sensación que unas muertes valen más que otras. Importan más que otras. Para bien o para mal. Como la del bebé frente a la de jóvenes de Soacha, embarcados hacia el entierro en fosas comunes. Como la de los líderes guerrilleros, así sea por vejez, frente a la extradición de los líderes paramilitares. Ya no sólo nos debemos acostumbrar a la muerte intencionada, que se asoma bajo todas las formas y conjugaciones imaginadas y por imaginar. Ahora debemos acostumbrarnos a ella, como si fuera un motivo de alegría y de esperanza. Y como país parece que no queda más que acudir a la muerte, en vida y en el otro lado, como último recurso para corregir las perversiones propias.

(La imagen fue tomada de Vladdo, de: http://www.semana.com/noticias-vladdo/vladdo/116255.aspx)

lunes, 29 de septiembre de 2008

¿Esperanza en Colombia?: Cansancio y alegría


esperanza. f. Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.

Luego de la terrible jornada futbolística de la eliminatoria, en la que el combinado colombiano perdió de local contra Uruguay, fue goleado por Chile y el seleccionador Jorge Luis Pinto fue removido de su cargo, me embargó la curiosidad, como tema de conversación, de indagar sobre qué suscita la esperanza del colombiano frente a su país. Prefiero país a patria, concepto uribizado en estos tiempos tan “seguros”, donde jóvenes desaparecen de su entorno para aparecer muertos lejos de casa.

Pues bien, me pregunto y les pregunto, como colombianos que somos, ¿qué les da esperanza de Colombia? Pues bien, era claro que luego de los resultados futbolísticos y de la posibilidad de nuevamente no ir al mundial, la selección ha dejado de ser fuente de esperanza. Pues bien, me di a la tarea de preguntar a amigos y gente cercana sobre esta cuestión.

Uno de ellos, acelerado y locuaz, manifestó que lo que le daba esperanza era el cansancio. El cansancio de ya no poder tocar más fondo, el cansancio de tanta aberración, de tan rampante corrupción. El cansancio frente a un Macondo desenfrenado donde ya es poco lo que conmueve e indigna. El cansancio frente a una realidad que ya parece superar cualquier limite frente a la más descabellada ficción, que se aleja de cualquier referente histórico antiguo o contemporáneo. El cansancio que da esperanza, ya que ante lo soportado y por soportar, el colombiano ha logrado cosechar resignación para continuar riendo de su tragedia.

Ahí encontré una respuesta, que es la otra cara de la moneda de la respuesta anterior. La alegría del colombiano. La alegría que le permite aguantar la carga de haber nacido en esta tierra diversa pero toda inmersa en un mismo sancocho que resiste a podrirse. La alegría que facilita las madrugadas rumbo a trabajos mal remunerados y que nada tienen que ver con la realización individual y colectiva. La alegría que permite que todo y nada pase.

Luego, al indagar con personas mayores, manifestaban que la esperanza provenía de las nuevas generaciones. Generaciones distintas a las de antes, generaciones conectadas con el mundo y concientes de su momento vital. Generaciones que cuestionan y se burlan…generaciones, que tristemente, buscan su lugar fuera de Colombia.

Siempre que indagué sobre este tema, apropiado para tema de emisora mañanera, me encontré con rostros en blanco, confundidos y estupefactos. Ojos que parpadeaban y revisaban el fuero interno de cada quien frente a su país. Recuerdos que caen en lugares en común, que no dejan de ser clichés –el café, Juan Valdéz, los paisajes, la diversidad, la música, la comida, el Pibe, Pambelé, etc.- frente a como nos hemos querido vender hacia fuera, dignos del DVD de Colombia es (¿Com?) Pasión.

Siendo crudo y remitiéndome a la definición de esperanza, como un estado de ánimo donde se nos presenta lo deseable como posible, hoy no me embargaría ninguna esperanza frente a Colombia. Deseo un país equitativo, justo y sin violencia. En el campo de lo posible solo veo un país desigual, injusto y corrupto, que no ha llegado al mínimo acuerdo de respetar la vida, por parte de todos aquellos actores mediocres, legales e ilegales, quienes ejercen su autoridad con las armas.

Muy en el fondo me da esperanza ver como la gente continúa pese a todo. El cansancio y la alegría, dos caras de una misma moneda, de un país que se resignó y se acostumbró a lo mejor y a lo peor. La frase “que los buenos somos más”, me trae un sabor rancio. ¿Bueno para qué? ¿Para aguantar? A usted, ¿qué le da esperanza de su país?

¡Deje sus comentarios! Al menos le da esperanza a quien escribe que alguien lee sus palabras.

Nicolás Cárdenas Angel

Septiembre 29, 2008

jueves, 18 de septiembre de 2008

Morbo mediático y resignado



Escribo mientras veo de reojo Flavor of Love, un programa de televisión de la cadena VH1, donde un rapero norteamericano, bajo y graciosamente feo, es el centro de disputa de mujeres ansiosas de fama y dinero. Realmente pendientes de Flav, más bien poco. Para conquistar su corazón, propósito del programa, pelean entre sí, hacen el show y se someten a pruebas y eliminaciones.

Increíble que nadie diga nada. Ni yo mismo, que me lo veo con un morbo resignado. ¿Qué habría que decir? Primero. Se trata de una fórmula usada para cantantes de rap, de rock, celebridades, que garantiza audiencia. Se repiten las temporadas y se pregunta uno, qué pasó con los ganadores anteriores, qué rayos piensan estas mujeres. Qué piensan, además, del dinero y la fama. Segundo. Estados Unidos. No sería en cualquier país que la sed de dinero se presta para que mediaticamente se explote de esta manera. El coloso del norte con su consumo adictivo, donde el dinero se vuelve medio y fin del discurrir cotidiano. Tercero. Ver como las mujeres que participan en el programa, cuando no están peleando, por lo general lloran juntas al haber perdido a alguno de sus padres, por los hijos que crían solas, por las difíciles condiciones económicas. Madres solteras, huérfanas, desempleadas que acuden a la humillación como camino al éxito. Sin embargo, pueden triunfar pese a perder, como New York, concursante eliminada en la primera temporada que sacó su propio programa, ahora con hombres patéticos que se arrastran tras sus senos. Discusión de género de lado y lado.

La fama es traicionera. Los concursantes se someten de inmediato al padecimiento de las cámaras que hacen las veces de paparazzi, brincándose las mieles del reconocimiento. Buscan el estrellato y se estrellan de inmediato. La porno-miseria que se vende y se produce donde la desigualdad se evidencia, donde existe la pobreza. Como en Estados Unidos, donde se vende a través de la lujuria de Hollywood. No juzgo a Flav. Hasta me cae simpático. Solo digo, ya que nadie dice. Y me aventuro a lanzar nombres de posibles candidatos en caso de ser adaptado el formato en Colombia: Diomedes Díaz, el hombre Caimán o Fonseca. Confieso que probablemente le echaría una ojeada.

Nicolás Cárdenas Angel

Septiembre 16, 2008



martes, 29 de julio de 2008

La Revista Vanalidades abre su blog!

Luego de años de silencio, tras la escasez de fondos, vuelve la Revista Vanalidades.
Espacio para que todos y todas, salpiquen con sus impresiones este blog.

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rvanal