martes, 10 de marzo de 2009

Crónica de viajes en Transmilenio


“Desde su inicio el proyecto se enfocó en mover más gente con menos autobuses” 

Jairo Fernando Páez, gerente de Transmilenio

Hay quienes lo defienden como la más grande realización bogotana de los últimos tiempos. Que es la machera, limpio y sin vallenato ruidoso, hasta al chofer se le prohíbe hablar. Que ha promovido una cultura ciudadana de respeto hacia ancianos, mujeres embarazadas, niños y discapacitados privilegiados con las sillas azules, esperando que los colores no tengan ningún mensaje subliminal frente a los equipos de la capital. Lleno en ocasiones, pero rápido. Que le cambió la cara a la ciudad y como ejemplo se refiere la Caracas, de troncal pastranista a línea peñalosista. “Orgullo capital”, reza el slogan de la compañía.

Otros tantos, lo consideran un sistema obsoleto que se está quedando y se quedará corto, cuyo precio del pasaje crece como los pasajeros arrumados en filas en la taquilla, a la entrada y a la salida del bus y la estación. Y que lo rápido es un decir si se suman las filas a la espera en medio de trancones, arreglos cíclicos del concreto de la vía y hasta bloqueos de apoyo de la familia DMG. Rematan y dicen que es una especie del monorriel que embaucó a los habitantes de Springfield y que en lo posible es mejor evitar tomarlo. “Transmilleno” o “Transinfierno”, es su mote popular.

Transmilenio, como la política, la religión y el fútbol, despierta todo tipo de odios, amores y pasiones.

Deposito mi confianza y entrego en ocasiones el honor de mi puntualidad a Transmilenio. Es una alternativa que sacrifica la comodidad, incluso la lectura de unas cuántas páginas, a favor de la rapidez. Digo “rapidez”, si comparo entre ir en Transmilenio y en  un bus regular, donde se es víctima de los caprichos del chofer, de los semáforos, de los trancones, de las paradas aquí y allá, del arrume.

Producto de los designios del destino y del sistema, me encuentro en una estación que inevitablemente me depara un trasbordo. Una vez en la estación que me conducirá a mi destino final, espero frente a la puerta de vidrio. Observo los tiempos de llegada que marcan las pantallas. Gente llega y se arruma a la entrada. Miro a quienes también esperan y veo a un trío de desconocidos, un cuarteto si se me suma, todos nosotros con algo en común: nos aferramos a unos audífonos que susurran sonidos que aligeran el agobio y simulan compañía.

Cuando el bus está lleno y el tiempo apura, no existe otro recurso que abrirse espacio. Cuerpos se rozan sin saberlo, nunca antes ni después estos desconocidos estarán tan cerca. La cercanía, sin embargo, incomoda. Las miradas se dirigen al piso, ignoran al otro. Estás tan cerca que ni te siento.

Algunos miran sin ver, se refugian en la compañía de algún conocido, escapan con los ritmos y voces que acompañan su viaje, estudian cómo funcionan los tribunales o repasan el código aduanero. Transmilenio se convierte en una aula de clases para algunos, quienes sobreviven en el día y estudian en la noche, o como colombianos de bien, que estudian rumbo al examen. Los dedos tantean las pertenencias propias, nunca se sabe, son miles las historias de robos.

En ocasiones las miradas se buscan. Complicidad al compartir una misma situación efímera. Ojos que se encuentran en ocasiones. Ojos que suscitan una curiosidad intensa y fugaz, con la alegría de ver lo que tal vez nunca jamás se verá.

Se abren las puertas y se es escupido al mundo exterior. Acaba el trayecto. Pero se mantienen las preguntas sobre el negocio de Transmilenio. ¿De quién es? ¿Cuánto gana el distrito? ¿Cuánto se ha gastado? ¿Por qué los precios suben? ¿Sillas azules o tarifas diferenciales? ¿Transmilenio a largo plazo? ¿Metro?

La Ñapa:  

Transmilenio es un sistema que tomó la experiencia de transporte en Curitiba e innovó implantando estaciones funcionales para ambas direcciones al contar con las puertas de sus buses en el costado izquierdo. El esquema establece que la ciudad recibe el 3% de las utilidades, a la vez que es la encargada de la inversión y el mantenimiento en infraestructura, hasta colabora con la seguridad y la limpieza de las estaciones. El restante se lo reparten los consorcios privados de transportadores. Las vías nunca parecen estar terminadas y siempre hay un tramo en reparación por lo que se invade el carril de los autos particulares. El sobrecupo se tolera pero no se justifica. Recién hasta hace poco se estableció la posibilidad de comprar y recargar las tarjetas. Transmilenio es un padre modelo que ha dado hijos a lo largo de la geografía nacional: el MIO caleño, el Metrolínea bumangués, el eterno Transcaribe cartagenero, el Transmetro barranquillero... Un modelo que con pañitos de agua tibia enfrenta el caos del transporte público en Colombia. ¿Un ejemplo digno de imitar o de evitar? No hay vuelta atrás. 


Tomada de Bacteria, bacteriaopina.blogspot.com