sábado, 22 de noviembre de 2008

Adoptada, desplazada y mestiza











¿Cómo decirlo? ¿Cómo confesarle, a un ser querido, que es querido pese a la ausencia de cualquier vínculo de sangre? ¿Cómo oficializar que eres familia, sin siquiera haberte concebido o engendrado? 
Lolita fue adoptada. De su pasado sólo se conoce que venía de una finca, junto con su madre y hermanos. Su padre ausente, símil del desplazamiento de familias colombianas huérfanas de padre y tierra, forzadas a padecer el asfalto urbano. Ella, la única muchacha de la camada. Lolita. 
El encuentro se dio en la Asociación Defensora de Animales (ADA), entre caballos rescatados de su conversión en zorras, de perros adultos en el limbo de la condena a no tener dueño y de jóvenes cachorros, ladradores ante la vida que recién empieza. 
Sus genes, los de Lolita, como el de todo desplazado, añoran el campo, la tierra y la corriente del río. Agitada, luego de una terapia de juego, correteo y escondidas, disfruta salpicar el agua de su plato. 
-No vayas a regar, sin chapotear me haces el favor. 
Brincan sus memorias escondidas en los charcos de la lluvia. 
Describir sus orígenes caninos, conduce a lo criollo, a lo mestizo, aquella referencia elocuentemente vaga y suficientemente concreta para describirnos a nosotros, los latinoamericanos, los colombianos. 
Que se le ve un cruce entre maltés y poodle, con poco del último por fortuna y sin pretender herir susceptibilidades señoritescas. Que le llaman schnauzer criollo, según el dictamen de un celador, con quien la conversación sólo fue posible gracias a ella.
Describir su gracia es como intentar señalar los atributos de una belleza resultado de los cruces sin designios que nos han marcado en medio del llanto de la risa y la agonía. 
-Lolita eres adoptada, pero también afortunada. Tienes tu propio zapato para satisfacer la comezón de tus encías en un país donde mucho andan descalzos pisando tierra ajena y con poco que morder.

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