miércoles, 8 de octubre de 2008

Colombicidio: Unas valen más que otras


El sufijo «cidio» deriva del verbo latino «caedere» que significa matar.

Las reflexiones sobre Colombia conducen inevitablemente a la muerte. La muerte intencionada. Historias desde siempre y por siempre que servirían de salvavidas a un guionista sin inspiración. En todas ellas la muerte aparece por aquí o por allá, como medio o como fin. O como ambas cosas.

La semana anterior los medios se dieron un banquete sazonado con el crimen de un bebé de once meses. El asesino era su padre, un taxista de Chía, quien pocas horas antes había concedido una entrevista pidiendo la liberación del niño. Historia en todo sentido cruel y lamentable, un plan que no sólo estipulaba asesinar al niño, sino a partir de ello inducir el aborto de su excompañera y para evitar problemas, eliminar a sus compinches. La razón de fondo, preservar su relación actual. Con arrogancia irónica, el sujeto podría apelar como defensa el ser un romántico extremo.

En fin, la muerte del niño llenó de vigor la sed mediática y la recolección de firmas para apoyar iniciativas que buscan la pena de muerte para violadores y asesinos de niños. Hombres y mujeres desfilaron ante micrófonos manifestando su indignación con el hecho que “no tiene nombre” (sí lo tiene, filicidio, cuando un genitor atenta contra la vida de su hijo), cometido por alguien que “ni siquiera es un animal, ni siquiera una hiena hace eso” y quien debe recibir “todo el peso de la ley”. Hasta los jugadores de fútbol profesional lucieron camisetas en apoyo a la propuesta de cadena perpetúa, antes de afrontar la fecha anterior.

Cadena perpetúa y pena de muerte. Pese a no estar impresas en ninguna ley colombiana, de ambas se sufre en Colombia. La primera en la triste experiencia de secuestrados, inocentes en un conflicto heredado y carnada como botín de guerra. Tan inocentes como aquellos falsamente condenados a la cárcel, al exilio involuntario por ser quien no se debe o al desplazamiento por estar donde no conviene. La cadena perpetúa a no poder expresarse, a callar y escapar. Y de la segunda son prueba las fosas comunes, tan comunes en el léxico colombiano como las palabras masacre, ejecución y desaparición.

Como la de campesinos y ciudadanos disfrazados de guerrilleros aun cuando no es el día de las brujas. Como la de jóvenes que parten de casa para aparecer enterrados en fosas comunes como muertos en combate.

Pues bien a la muerte nos hemos acostumbrado. Tanto aquellos quienes vivimos en la burbuja citadina, como aquellos quienes viven en fincas, pueblos y veredas. Pero ojo, no sólo nos hemos acostumbrado con terca resignación al dolor de la muerte, demente como el crimen del taxista filicida. Ahora nos quieren acostumbrar a la muerte como motivo de alegría y victoria. Y el botín de la muerte lo tolera todo, desde cruzar fronteras ecuatorianas para eliminarlos de la faz de la tierra (léase Raul Reyes), hasta celebrar, con la mano victoriosa del muerto, la confirmación de su deceso (léase Iván Rios). ¡Estamos ganando la guerra!, brindarán en el éxtasis de la batalla.

Al pensar sobre la muerte, sobre Colombia, queda la sensación que unas muertes valen más que otras. Importan más que otras. Para bien o para mal. Como la del bebé frente a la de jóvenes de Soacha, embarcados hacia el entierro en fosas comunes. Como la de los líderes guerrilleros, así sea por vejez, frente a la extradición de los líderes paramilitares. Ya no sólo nos debemos acostumbrar a la muerte intencionada, que se asoma bajo todas las formas y conjugaciones imaginadas y por imaginar. Ahora debemos acostumbrarnos a ella, como si fuera un motivo de alegría y de esperanza. Y como país parece que no queda más que acudir a la muerte, en vida y en el otro lado, como último recurso para corregir las perversiones propias.

(La imagen fue tomada de Vladdo, de: http://www.semana.com/noticias-vladdo/vladdo/116255.aspx)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No solo unas valen más que otras, unas son deplorables las otras son solo casualidades...

Kanteranos en cuarentena. Diario del encierro con Mellizos dijo...

Escribir supone decirle de forma indirecta, algo a alguien(es) que muy seguramente no quiere escuchar. Es tirar la piedra al acantilado para que se estrelle junto a la fila de rocas del fondo, que la recibe inerme e inmutable. Escribir reafirma la necesidad de no tragar entero y sentar la voz de protesta cuando algo parece no ir en la via contraria. Acá Nicolas, las muertes valen, un politico famoso vale más que un hombre que muere de hambre en el más total y abyecto anonimato. Lo preocupante no es lo del niño(perturbador desde todo punto de vista) lo preocupante es que eso lo he escuchado tantas veces y parece que me estoy habituando. Y más preocupante aún, es que eso si no lo escuché en los medios y no le importó a nadie. Lo preocupante es que aún la gente le sigue creyendo a RCN, a el tiempo, a Semana, al mesías Uribe y nos tragamos entera la noticia de la semana y seguimos como becerros marchando en la protesta del día. Acá las conciencias se compran con una empanada y una lágrima. Acá los muertos valen, y unos muchisimo más que otros.

Víctor Manuel dijo...

Unas valen más que otras, así estan las cosas, y queremos más muerte?, estamos tan relacionados con la muerte en el día a día que la vida tan sólo es la muerte. Lamentable, pero cierto, las reflexiones sobre Colombia conducen a la muerte... estando por fuera del país las noticias que llegan son sobre muerte, nos estamos habituando a ella, se que no la podemos evitar pero no la dejamos en paz!

colombiaenpedazos dijo...

una muerte vale más dependiendo de lo que se busque tapar. no entiendo como es que ahora se escandalizan por algo tan horrible como lo del niño de Chia, si tan solo ese es uno de los miles de casos diarios de maltrato en Colombia. la cagada es que abusaron mediaticamente del dolor de una madre para enterrar silenciosamente el dolor de muchas otras