domingo, 30 de noviembre de 2008

Amabilidad hostil: la confianza colombiana


DMG*: De Dios Mio Gracias a De Malas Guevones. Chiste popular sobre el verdadero significado de las siglas de la “comercializadora” DMG.

confianza. (De confiar). f. Esperanza firme que se tiene de alguien o algo.

Esperanza y confianza. Términos complementarios que suscitan toda clase de interrogantes a lo largo de la existencia propia, en tiempos que reportan el cansancio de la tierra, la pérdida de cordura del clima y  la extraordinaria (en sentido literal) realidad  colombiana. ¿Habrá agua suficiente en el futuro? ¿Es sostenible el ritmo de producción? ¿Qué hay de la llamada crisis mundial? ¿Será una mera ilusión el contraste de un negro en la Casa Blanca?

¿Veremos una Colombia sin guerra? ¿Con víctimas reparadas, con una reconciliación justa y bajo una verdadera equidad fraterna? Al menos y sin pelos, ¿seremos testigos de una Colombia distinta? ¿Un mundo? Sí, claro…

Llueve por la ventana y charlo con un taxista, quien preocupado recibe una llamada de su novia.

 “¿Qué es lo que hay qué hacer?...uy…yo había quedado de ayudarle a mi papá con una cosa…ya te llamo…”

Cuelga el celular y se retoma la conversación hacia nuevos aires, la confidencia inusual y cotidiana con el desconocido pasajero.

“Ah, qué problema… me pide que le lleve una camioneta a…cómo es que se llama…Puerto Gaitán, en los llanos, trabaja en un concesionario…no, que problema…la guerrilla, yo caer por allá, ¡no!, ¡qué tal!...qué tal me embale esta vieja…además mi papá es una vieja, una vaca orgullosa que no repite ternero… si cancelo pierdo el año…no, que tal que lleve algo en ese carro…no hermano, yo pagando por allá…además muy raro que nadie se la lleve…es como raro, ¿no?...ah, qué le digo…”

No se confía en ocasiones, ni de uno mismo, ni de la misma novia o de la propia amante, como nuestro confundidamente desconfiado taxista al volante.  Al salir a las calles de las ciudades colombianas, salgo con la ingenuidad de quien procura pasar el rato lo mejor posible y quien poco sospecha de los otros. Sin embargo, busco no dejarme joder. Así de sencillo. Estar atento. Mirar por aquí y por allá, proteger el bolsillo y asegurar el celular. Soy conciente que vivo en medio de una amabilidad hostil.

Pregunto en quien se confía y se asegura que en sí mismos, en los padres, la familia nuclear, algunos pocos amigos. “Pero al mejor de la familia, al mejor económicamente, muchos están viendo como coger…son los primeros…ni en la familia confío”, dice enfático otro taxista.

Y un baldado de agua fría a la confianza fue la que se llevaron los ahorradores de DMG. Los movió la confianza y por poco terminan bajo fianza. “A nadie le quedaron mal”, se dice aún. Y pensar, que se concibieron dimensiones paralelas donde David Murcia Guzmán (DMG) era poseedor de la fórmula mágica de reproducir dinero y fungía de adalid de los pobres frente al poder financiero. Un súper héroe de larga cabellera y sí, oscuro transitar. Pero estamos en la dimensión donde su fórmula parece ser un detergente que lavaba dinero, que apoyaba causas reeleccionistas y que ni siquiera tuvo la capacidad para escapar a las esposas. Tamaña decepción. 

¿Y vos en quien confías?

 La ñapa:

En Colombia, entre el invierno y las pirámides captadoras de dinero se viene dando la confabulación para que mucha gente pierda el techo. En Estados Unidos, un trabajador de Wal Mart es arrollado hacia la muerte por una multitud de compradores en el frenesí por las rebajas del Viernes Negro. Noticias que vienen y van.

 *DMG. Autodenominada comercializadora de bienes y servicios, que mediante el sistema de tarjetas prepago captaba dinero y ofrecía intereses de hasta el 300%. Recientemente fue intervenida por el gobierno, su líder fue detenido en Panamá y miles de “inversores” esperan conocer la suerte de sus ahorros.

Ilustración de Papeto, tomada de www.papetoons.blogspot.com

 

sábado, 22 de noviembre de 2008

Adoptada, desplazada y mestiza











¿Cómo decirlo? ¿Cómo confesarle, a un ser querido, que es querido pese a la ausencia de cualquier vínculo de sangre? ¿Cómo oficializar que eres familia, sin siquiera haberte concebido o engendrado? 
Lolita fue adoptada. De su pasado sólo se conoce que venía de una finca, junto con su madre y hermanos. Su padre ausente, símil del desplazamiento de familias colombianas huérfanas de padre y tierra, forzadas a padecer el asfalto urbano. Ella, la única muchacha de la camada. Lolita. 
El encuentro se dio en la Asociación Defensora de Animales (ADA), entre caballos rescatados de su conversión en zorras, de perros adultos en el limbo de la condena a no tener dueño y de jóvenes cachorros, ladradores ante la vida que recién empieza. 
Sus genes, los de Lolita, como el de todo desplazado, añoran el campo, la tierra y la corriente del río. Agitada, luego de una terapia de juego, correteo y escondidas, disfruta salpicar el agua de su plato. 
-No vayas a regar, sin chapotear me haces el favor. 
Brincan sus memorias escondidas en los charcos de la lluvia. 
Describir sus orígenes caninos, conduce a lo criollo, a lo mestizo, aquella referencia elocuentemente vaga y suficientemente concreta para describirnos a nosotros, los latinoamericanos, los colombianos. 
Que se le ve un cruce entre maltés y poodle, con poco del último por fortuna y sin pretender herir susceptibilidades señoritescas. Que le llaman schnauzer criollo, según el dictamen de un celador, con quien la conversación sólo fue posible gracias a ella.
Describir su gracia es como intentar señalar los atributos de una belleza resultado de los cruces sin designios que nos han marcado en medio del llanto de la risa y la agonía. 
-Lolita eres adoptada, pero también afortunada. Tienes tu propio zapato para satisfacer la comezón de tus encías en un país donde mucho andan descalzos pisando tierra ajena y con poco que morder.

martes, 11 de noviembre de 2008

Lolita teme la calle (¿quien no?)


-¿Salimos?

Silencio

-¿Vamos a la calle?

Silencio, acompañado de un giro de cabeza, ojos brillantes y tímidos chillidos.

-¿Salimos?

Gruñidos alegres en aumento.

-¡Vamos!

Mordiscos ofrecen resistencia a la puesta del collar. Manos que se embolsillan bolsa negra para recoger posibles desperdicios sólidos arrojados durante la salida.

Los chillidos dan paso a gruñidos confusos, que hasta sorprenden a su autora.

-Vamos…

El ascensor viene en camino, la puerta abierta y las patas se resisten a tomar el paso definitivo hacia el mundo exterior. Descenso y la emoción da paso a la angustia. Patas inquietas al aire, a manera de las manos de un infante quien busca refugio en brazos de su progenitor.

Asombro.

Un pito que suena y una blanca cabeza que gira.

Una puerta de carro se cierra.

Giro.

Un bus que se estaciona temporalmente mientras entrega la carga del día.

Otro giro.

Una colegial que corre rumbo al acogedor baño de su hogar.

Asombro.

Si no hay asombro, hay tensión.

No se disfrutan los olores, las marcas dejadas por otros colegas de especie. Tampoco se aprovecha para hacer lo propio. Ni siquiera se experimenta la necesidad de hacer necesidades. De hacerlo, el afán y la premura serían la constante, aun en pleno andén. Se rehúyen los encuentros.

Y halando la tiranía de la correa, se añora la calma casera.

-Muy bien, llegamos.

Jadeos y lengua dilatada, señales de una experiencia traumática.

Cómoda, sobre el sofá, se panea la vista sobre la ciudad.

Lolita sí disfruta la calle. Desde la ventana, a dos mil seiscientos metros y ocho pisos por encima del nivel mar.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Confianza policial: Busca en el agua y en los matorrales




“¿Y por qué es que se desaparecen?                                              Porque no todos somos iguales.”                        Desaparecidos, Rubén Blades

“Los niños se disfrazan para la ocasión y pasean por las calles pidiendo dulces de puerta en puerta”.          Halloween en Wikipedia 

Recién pasó el día de las brujas o el día de todos los Santos. Depende como se vea. La jornada de las brujas y de los atuendos que se hacen evidentes en un país que vive disfrazado. Con ministros de Guerra de apellido Santos.  

Recientemente, también, destituyeron a una veintena de militares implicados en actos sombríos sin poder apelar a que era por el Halloween. Hasta renunció el general Montoya, antes arropado con las dulces telas de las victorias militares. Quienes sucumbieron tentados ante posibilidades de trabajo, encontraron la muerte disfrazados de guerrilleros en combate, de falsos positivos y de recompensas en bolsillos camuflados. Disfrazados también, gracias a los titulares de prensa, pasarán a la historia como los desaparecidos de Soacha.

Hace tiempo ya, conversaba sobre la confianza que inspiran los camuflados oficiales, aquellos que deberían detentar el monopolio legítimo de las armas. ¿Alguna vez han sentido el brazo protector los cuerpos militares del Estado? Algunos nos declaramos huérfanos. Más allá de alguna información casual, la ubicación de la salida o de los baños, no tenemos recuerdo de una requisa amable o de un tierno empujón mientras se hace una fila.

Otros manifiestan sí haberlo sentido. Ella, en una ocasión, acompañando a un extranjero por las calles históricas del centro de la ciudad, recibió la ayuda de un par de policías, quienes amablemente los acompañaron en la ronda fotográfica. Incluso facilitaron la entrada a la Catedral Primada. Él, quien como funcionario de la procuraduría, departió alegremente en un almuerzo con militares y policías.

En ninguno de los dos casos eran ciudadanos del común. En uno, la acompañante de un extranjero, y en el otro, un funcionario público. He hablado con policías, con militares y uniformados, personas con necesidades y aficiones. No dudo que muchos cumplan su labor y que hasta tengan buenas intenciones. De qué los hay los hay. Sin embargo, me pregunto, ¿cuáles serían los resultados de una encuesta de opinión sobre la policía y el ejército, adalides de la política de seguridad democrática y cuyo prontuario se remonta siglos y palacios de justicia atrás?

El aura institucional de las fuerzas militares es un óxido que corroe cualquier posibilidad de confianza. Los héroes de la patria disfrazados de verdugos. ¿O verdugos disfrazados de héroes de la patria? Juzguen ustedes.


Adenda: En el cierre del Festival Rock Al Parque, realizado en el parque Simón Bolívar de Bogotá, el Sargento García de Francia, entonó la canción “Desaparecidos” de Rubén Blades. Como parte de una multitud bajo la lluvia y sobre el barro, ¿hacia dónde se debe dirigir la mirada?

Nicolás Cárdenas Ángel                                                                                nicolas08@gmail.com