A mi edad, mi padre ya tenía dos hijos. Mi otra abuela ojeaba nacer nietos, uno tras a otro. A mi edad, ni soy padre, ni mi madre es abuela. O sí lo somos, bajo la figura blanca, canina y muppet de Lolita.
Su presencia me inspira el más profunda amor. Confío en ella el calor hacia mis ancestros, aquellos abuelos y abuelas que partieron sin responder mi curiosidad incluso indiscreta. El cariño eterno hacia la familia que a duras penas veo, hacia aquellos que por circunstancias me puedo tropezar y ni siquiera reconocer, a los amigos que se fueron, que están y que regresarán. Hacia quienes me acompañaron en sueños como meras posibilidades pero como realidades en dimensiones paralelas. Hacia quienes alguna vez estuvieron y siempre estarán.
A la edad de Lolita, nueve meses, yo a duras penas comía y dormía. Crecía. Lolita vive a su ritmo, entre el frenesí de la pereza y la ansiedad de la excitación. Yo vivo al mío, tal vez, entre el frenesí de la excitación y la ansiedad que trae consigo la pereza.
1 comentario:
que escrito tan fresco... me gustó mucho
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