miércoles, 8 de abril de 2009

Lolita a mi edad


A mi edad, mi padre ya tenía dos hijos. Mi otra abuela ojeaba nacer nietos, uno tras a otro. A mi edad, ni soy padre, ni mi madre es abuela. O sí lo somos, bajo la figura blanca, canina y muppet de Lolita.

Como toda relación de pareja, la nuestra sufre de emociones y fricciones, descensos y ascensos. La relación con mi madre y con Lolita. Como en toda relación. Y Lolita llegó a llenar el vacío de emociones y desgastes.

Su presencia me inspira el más profunda amor. Confío en ella el calor hacia mis ancestros, aquellos abuelos y abuelas que partieron sin responder mi curiosidad incluso indiscreta. El cariño eterno hacia la familia que a duras penas veo, hacia aquellos que por circunstancias me puedo tropezar y ni siquiera reconocer, a los amigos que se fueron, que están y que regresarán. Hacia quienes me acompañaron en sueños como meras posibilidades pero como realidades en dimensiones paralelas.  Hacia quienes alguna vez estuvieron y siempre estarán.

En ocasiones lamento no poder darle una educación. Conversar sobre sus impresiones sobre la “realidad”. Lamento exigirle más allá de su naturaleza curiosamente mordelona. Me arrepiento de regaños desproporcionados, reclamos airados, de la violencia física para hacerme entender. Del tiempo que le dedico y que le pudiera dedicar. Lejos de culpas, sé que como sea ahí estoy. 

A la edad de Lolita, nueve meses, yo a duras penas comía y dormía. Crecía. Lolita vive a su ritmo, entre el frenesí de la pereza y la ansiedad de la excitación. Yo vivo al mío, tal vez, entre el frenesí de la excitación y la ansiedad que trae consigo la pereza. 


1 comentario:

liangigo dijo...

que escrito tan fresco... me gustó mucho