miércoles, 1 de abril de 2009

Buscando visa


“…con mil papeles de solvencia
que no les dan pa ser sinceros…”

Buscando visa para un sueño

Juan Luis Guerra

Solo lo había visto en películas. Un teléfono separado por un vidrio, como sucede en una cárcel. Los interlocutores de frente se miran mientras se comunican por la bocina. En esta ocasión no sabía muy bien quien era el prisionero y quien el visitante.

En Colombia existe la cédula de identidad, que por estos días debe ser renovada, ante lo cual es inevitable padecer una espera de hasta tres años. Pero también existe otra cédula que otorga prestigio y caché, aceptación ante el mundo: la visa norteamericana, requisito para pisar el imperio en crisis y salvoconducto que facilita el trámite de las visas a Europa o México.

El trámite para la visa empieza con una llamada telefónica, en donde se es atendido por una operadora cuya voz maquinal y latina de Miami intenta guiar al “solicitante” en el proceso que recién se inicia. Toda pregunta, cuya respuesta se salga del libreto, suele ser contestada con un seco “eso se lo dejo a su consideración señor…”. Y bueno allí se viene el pin, número que brinda la posibilidad de pagar US$340 por el sí o por el no. Si se multiplica por los miles de asistentes al día, por cinco días a la semana, por tantas semanas al año, muestra que el negocio no está para nada mal.

Luego sigue la llenada de los formularios y la consecución de los papeles que permitan certificar que uno solo quiere ir de visita y que no se va a quedar. Ante los formularios le embarga a uno la inquietud de si será estratégico poner o no poner que se viajó a Cuba, Ecuador y/o Venezuela en los últimos diez años. Para un agente federal podría ser perfectamente una ronda por países que entran a formar parte del eje del mal. Por fortuna, en este caso, nunca he pisado suelo de Irán o Corea del Norte. Los soportes buscan mostrar que sí tengo algo en el banco y que tengo un trabajo. Hasta pensé llevar una foto de Lolita para certificar mis responsabilidades en Colombia.

Y luego el día decisivo. La cita en la embajada. Una larga fila donde se acumulan los citados de  7:00 a 7:30, junto a otra fila con aquellos quienes madrugamos para la cita entre 9:00 y 9:30. Perfectamente cabría una tutela por invasión del espacio público, pero… Funcionarias colombianas con uniforme del departamento de estado norteamericano revisan la documentación, descartan fotos que no cumplen con los porcentajes de frente y nariz reglamentarios e instruyen con altivez a quienes tienen dudas. Una voz replica que si no se pega la gente a la reja, uno detrás de otro, se suspende el ingreso. El gran hermano habla y regaña en la voz femenina de los altoparlantes.

El paisaje humano trae de todo. Un grupo de san andresanos exhiben su inglés isleño, madre e hija riohachera emperifolladas, personajes de la farándula que se ven como uno más del montón, una familia de Cartagena, de hijos grandes y hermosa hija, un político guajiro con su esposa e hijo, una madre con un joven que parece por vez primera parece acompañar su pelo parado vestido de sastre y corbata, dos monas de piel estirada y atiborrada de polvos, niñas de colegio en uniforme que probablemente perdieron con mucho gusto y caché un día de clases.  

Y lo que se vienen son filas y espera. Un galpón acondicionado con sillas, venta de comida en el “Grab n go” o café. Fila para entregar los papeles y fila para la toma de huellas, no sin la previa recomendación: “Favor limpiarse las manos de sudor” Y es que la gente suda, una posible negativa, para algunos una más en el acumulado, produce más que sudor. Algunos otros optimistas aprovechan la espera para llenar de antemano de la consignación del envío del pasaporte y la nueva visa. Un grupo es asignado para pasar a la “cita” vía teléfono con el agente consular.

Y la espera. La gente lee, mira al techo, conversa o una que otra mujer, curiosamente guapa, camina de un lado a otro como encerrada en una cárcel.

Voces de todos los tonos anuncian los grupos y la ventanilla donde se debe pasar. La del agente de la ventanilla 17 produce risas, su acento norteamericano permite un asomo de frescura en medio de la espera. Un adolescente intenta dormir en el refugio de su capucha, hostil hacia el mundo exterior encarnado en su mamá. “El grupo 457 favor pasar a la ventanilla 2”. La mamá se levanta y el adolescente molesto la increpa: “¿Qué parte de 457 no entendiste?”. Su grupo es el 456.

Y la respuesta final. “Tengo visa, ufff…”. Ojos lagrimosos, cargados de alegría y de frustración. Manos en la cadera que descansan o que lamentan la negativa. Ojos que se dirigen al piso y buscan escapar de allí, ojos que se dirigen a la estación final: el envío por correo de la visa obtenida. 

“Nos van a dejar barriendo la embajada…”, se escucha mientras se recogen las sillas y se empieza a cerrar las labores del día. Una paloma recorre tranquilamente el recinto, por fortuna suya, sus alas no la hacen prisionera de las fronteras humanas.

Finalmente pasamos, que cuántas veces se ha ido, qué que se hace, qué que familiares viven allá. “Usted está aceptado”. ¿Gracias? Pues sí. Aunque quizás sería bueno devolverles algún día la experiencia a la que todos aquellos países que exigen visa a los colombianos nos someten a diario. 

4 comentarios:

Srta. Trifulca dijo...

A mí me negaron la visa británica hace algunos años y quedé más traumatizada que quién sabe qué... El colonialismo no acaba. ¡Que disfrute su permiso para moverse -un poco- más libremente!

Un abrazo,

Sofía Natalia González

Zombie Bombshell dijo...

Ese horrible proceso, uno no sabe si sentirse orgulloso de tener una visa gringa, o avergonzado de rebajarse a pedir permiso con esa angustia... ¿Quién los hizo a ellos los carceleros? Es el miedo terrible de que no te dejen salir de aquí, de sentirte encarcelado y culpable de un crimen que no has cometido...

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

efectivamente, el imperio existe, pero no como un gran planeta negro distante o delimitado, está disperso en varias planicies fértiles y montañas áridas al otro lado del charco. Países? naciones? fronteras entre qué cosas? Parece un juego, pero un juego muy serio. Nosotros, aqui en los virreinatos del tercer mundo latinoamericano, nos lo tomamos igualmente en serio, o tal vez más. Ser aceptado a traves de la ventanilla impersonal es garantia de existir en el sistema mundo. Un abrazo.