viernes, 12 de febrero de 2010

Guante


A Jerome David Salinger

“The mark of the immature man is that he wants to die nobly for a cause, while the mark of the mature man is that he wants to live humbly for one”.

Wilhelm Stekel

No hay cosa más fácil que sentirse pequeño. Que digo pequeño, minúsculo. Más si como yo, se tuvo la experiencia de siempre ser bajito para la edad, de ser de los primeros en la fila del curso en el colegio y de en ocasiones recibir miradas de preocupación que en su interior parecían decir ¿será que se nos queda chaparrito el muchachito? Sin embargo esta es otra sensación que trasciende el tamaño físico de uno mismo. Se siente uno insignificante frente a las inclemencias del clima, frente a la naturaleza vegetal y animal, frente a las obras y las acciones humanas, frente al presente y al futuro.

En ocasiones, se siente uno como un guante abandonado en medio de un andén transitado.

Durante el invierno esa es una imagen más que común. Se observan guantes abandonados a su suerte, lejos de las manos que protegían del frío y lejos de su pareja guante. En medio del movimiento a su alrededor, su quietud parece decir “aquí estoy”. La esperanza para un guante perdido será encontrar una nueva mano que abrigar, conocer un nuevo guante con el cual hacer pareja o descansar con la condena de convertirse en basura por los azares de la vida. Por fortuna, tanto como para el guante perdido, como para el humano que en ocasiones se siente minúsculo, existe el tiempo y el movimiento.

Perdí un guante. Estuve a punto de perder otro. Luego de mucho recorrer y buscar, logré recuperarlo. Mientras sentía alivio al recuperarlo, supuse que tal vez para el guante no era tanto así. ¿Será que al recuperarlo corté sus alas de emancipación? Por fortuna, también, las cosas se pueden ver de muchas maneras.

De tantas maneras que hasta permiten sentirse como el otro. Tal como compartir el drama de la renta en Nueva York y servir de apoyo moral antes las dificultades. O como sentirse ligado y conectado a través de la literatura.

De camino a la casa, me entretengo con la lectura de Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno) por JD Salinger, recientemente fallecido. La historia de Holden Caulfield, expulsado del colegio y sumido en la desazón de la adolescencia y del absurdo de la vida, es capaz de conectar a más de uno. Al montarme en la línea 7 del metro, recibo miradas de un grupo de adolescentes. En la distancia escucho como comentan que leyeron el libro, que apenas lo recuerdan, pero que era bueno. Uno de ellos recuerda la historia, la describe como la narración de los tres días posteriores a cuando Holden fue expulsado y decide andar por Nueva York.

Hago el trasbordo obligatorio a la línea G, donde nuevamente recibo miradas, pero la lectura me atrapa. Al llegar a mi parada en la estación de Nassau, dos muchachas me comentan que es el mejor libro de la historia. “The best book in history”, comentan. Charlamos sobre la obra de Salinger, su rostro exhibe una sonrisa cuando les cuento que soy de Colombia y partimos camino con la emoción de compartir un momento breve entre extraños. Mientras escucho sus risas al partir, confirmo que aun a pesar de Salinger, soy pésimo a la hora de flirtear.

De camino a la casa, al bajarme del bus, un hombre gordo y de anteojos, cargado de paquetes, me comenta que lo leyó hace tiempo y que tiene ganas de volver a leerlo. “You should”, le comento, al confesarle que lo había leído en el colegio pero que a duras penas recordaba el titulo y el autor. La muerte de Salinger me pareció una excusa suficiente como para leerlo. Me confiesa que le encanta leer clásicos, ahora anda en la página 57 de Crimen y Castigo y me recomienda Catch 22 por Joseph Heller. Partimos camino y me grita desde la otra acera, “I tried reading Moby Dick, but it was too hard! Take it easy”.

En últimas todos somos guantes buscando dar y recibir abrigo de otras manos. A veces nos perdemos, a veces nos encontramos. Lo importante es saber que pese a la diferencia, todos parecemos andar en las mismas.

 

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