domingo, 11 de octubre de 2009

¿Siesta neoyorquina?


Diversas estancias y recorridos por la Costa Norte colombiana me heredaron la adopción de expresiones coloquiales a veces no comprendidas en otros medios, así como una práctica que apropié con todo gusto: la siesta. Mientras se está en una gran ciudad cuyo clima no obliga a asumir que el medio día es el fin y el comienzo de una nueva jornada, una zona liminal que exige recargar energía, la siesta no resulta del todo fácil. Pero con mañas y a punta de costumbre, logré incorporar la siesta a mi rutina bogotana.

Ahora, enfrentado a una ciudad donde nada se detiene en ningún lugar ni momento, cuestiono la posibilidad de incorporar esta práctica en la Gran Manzana. En Nueva York nada se detiene. Se respira una aceleración productiva, creativa y consumidora desbordada. Es posible ver como la gente come mientras camina, lee mientras espera o trabaja mientras viaja en el metro. Para la muestra un botón: al tomar el metro veo como un joven sazona su bandeja de sushi mientras de pie espera el arribo del metro. Evidentemente el metro no sería el lugar más aconsejable para degustar unos rollitos de sushi, pero hay que ver lo que pasa en esta urbe arrasadora.

Y es en el metro donde más se evidencia esta aceleración constante, donde se empieza a sentir que el tiempo no alcanza para nada. Los sentidos humanos se extienden a través de la tecnología por lo que aquel que no está conectado a unos audífonos, a la lectura de un libro o a la interacción con un video juego, resulta un bicho raro. Valga aclarar que en el metro no entra la señal de celular, por lo que el acceso al mundo exterior está de cierta manera “restringido”.

En Colombia la gente puede escuchar música o leer un libro en el bus, pero acá es realmente la norma. Se sorprende uno por la cantidad de gente que lee en el metro y no hablo de leer el periódico del día, sino de volúmenes enteros de literatura, teoría y material de la más diversa índole. He visto personajes leyendo desde Naked Lunch de Burroghs, hasta volúmenes de Webber, libros de texto de ingeniería y como no libros de autoayuda, superación y del mismísimo Paulo Coehlo.

Aquel que no está extendiendo sus sentidos de manera conciente, lo hace de manera inconciente, a través del mundo de los sueños. Rostros que transmiten cansancio eterno y que permiten intuir historias de trabajo dedicado para alcanzar el sueño americano, cierran los ojos y parten a rumbos desconocidos. El metro es lugar de tránsito, descanso, trabajo, placer o mero ocio.

Se empieza a sentir el ritmo frenético del estilo de vida neoyorquino. Caminos que se cruzan y se pierden. En una esquina se observa gente departiendo unas cervezas de manera emocionada, mientras que en la siguiente un parque concurrido es punto de encuentro para ejercitar el cuerpo. Camino y pienso en la viabilidad o no de una siesta.

Nadie, ni nada se detiene y tal vez por eso comienza a surgir la necesidad de seguir esos pasos. “Time is money” se dice. Y se empieza a entender el porqué. Hoy era domingo. Y sin vergüenza ni resquemor alguno, tomé una siesta suculenta y provechosa. No será la norma, pero prácticas vitales como ésta son difíciles de abandonar aun si se está en la Gran Manzana.

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