esperanza. f. Estado del ánimo en el cual se nos presenta
Luego de la terrible jornada futbolística de la eliminatoria, en la que el combinado colombiano perdió de local contra Uruguay, fue goleado por Chile y el seleccionador Jorge Luis Pinto fue removido de su cargo, me embargó la curiosidad, como tema de conversación, de indagar sobre qué suscita la esperanza del colombiano frente a su país. Prefiero país a patria, concepto uribizado en estos tiempos tan “seguros”, donde jóvenes desaparecen de su entorno para aparecer muertos lejos de casa.
Pues bien, me pregunto y les pregunto, como colombianos que somos, ¿qué les da esperanza de Colombia? Pues bien, era claro que luego de los resultados futbolísticos y de la posibilidad de nuevamente no ir al mundial, la selección ha dejado de ser fuente de esperanza. Pues bien, me di a la tarea de preguntar a amigos y gente cercana sobre esta cuestión.
Uno de ellos, acelerado y locuaz, manifestó que lo que le daba esperanza era el cansancio. El cansancio de ya no poder tocar más fondo, el cansancio de tanta aberración, de tan rampante corrupción. El cansancio frente a un Macondo desenfrenado donde ya es poco lo que conmueve e indigna. El cansancio frente a una realidad que ya parece superar cualquier limite frente a la más descabellada ficción, que se aleja de cualquier referente histórico antiguo o contemporáneo. El cansancio que da esperanza, ya que ante lo soportado y por soportar, el colombiano ha logrado cosechar resignación para continuar riendo de su tragedia.
Ahí encontré una respuesta, que es la otra cara de la moneda de la respuesta anterior. La alegría del colombiano. La alegría que le permite aguantar la carga de haber nacido en esta tierra diversa pero toda inmersa en un mismo sancocho que resiste a podrirse. La alegría que facilita las madrugadas rumbo a trabajos mal remunerados y que nada tienen que ver con la realización individual y colectiva. La alegría que permite que todo y nada pase.
Luego, al indagar con personas mayores, manifestaban que la esperanza provenía de las nuevas generaciones. Generaciones distintas a las de antes, generaciones conectadas con el mundo y concientes de su momento vital. Generaciones que cuestionan y se burlan…generaciones, que tristemente, buscan su lugar fuera de Colombia.
Siempre que indagué sobre este tema, apropiado para tema de emisora mañanera, me encontré con rostros en blanco, confundidos y estupefactos. Ojos que parpadeaban y revisaban el fuero interno de cada quien frente a su país. Recuerdos que caen en lugares en común, que no dejan de ser clichés –el café, Juan Valdéz, los paisajes, la diversidad, la música, la comida, el Pibe, Pambelé, etc.- frente a como nos hemos querido vender hacia fuera, dignos del DVD de Colombia es (¿Com?) Pasión.
Siendo crudo y remitiéndome a la definición de esperanza, como un estado de ánimo donde se nos presenta lo deseable como posible, hoy no me embargaría ninguna esperanza frente a Colombia. Deseo un país equitativo, justo y sin violencia. En el campo de lo posible solo veo un país desigual, injusto y corrupto, que no ha llegado al mínimo acuerdo de respetar la vida, por parte de todos aquellos actores mediocres, legales e ilegales, quienes ejercen su autoridad con las armas.
Muy en el fondo me da esperanza ver como la gente continúa pese a todo. El cansancio y la alegría, dos caras de una misma moneda, de un país que se resignó y se acostumbró a lo mejor y a lo peor. La frase “que los buenos somos más”, me trae un sabor rancio. ¿Bueno para qué? ¿Para aguantar? A usted, ¿qué le da esperanza de su país?
¡Deje sus comentarios! Al menos le da esperanza a quien escribe que alguien lee sus palabras.