martes, 11 de agosto de 2009

La conmoción pasajera colombiana

Un agente estadounidense del servicio secreto requisa a un miembro colombiano de la guardia de honor el 11 de Marzo de 2007 antes de la llegada del entonces presidente George W. Bush en el aeropueto militar de Catam.
“¿Es que nadie se ha dado cuenta que Colombia está en guerra desde hace 60 años?"    Palabras del presidente Hugo Chávez, en entrevista con la periodista Vicky Dávila (RCN)

Nací el 18 de agosto de 1980. Siempre me ha encantado el hecho de estar marcado por el número ocho, que se asoma en el día, el mes y el año de mi fecha de nacimiento. Un número armónico y redondo, que cuando se pone perezoso y se acuesta, representa el infinito (∞). Un número atravesado por la muy latinoamericana CH, inmortalizada por  las creaciones de Chespirito y su Chavo del Ocho. 

Un 18 de agosto, mientras se celebraba mi noveno aniversario con una miniteca muy de los años ochenta, era baleado en Soacha el candidato liberal Luis Carlos Galán, virtual presidente de Colombia. La fiesta se vio brevemente interrumpida, para ver por televisión los momentos del hecho, la torpeza de los escoltas y una vida que se escapaba por los orificios de las balas. Conmoción pasajera, a la cual me he habituado como colombiano. Han pasado 20 años desde entonces, aun se investigan los hechos y el caso está pronto a prescribir.  Y como con el crimen de Jaime Garzón (13 de agosto), agosto se convierte en un mes de conmemoración de muertes.

Qué mejor que perder clases cuando se está en el colegio. Evadir la madrugada y oler a lo que respira el hogar entre semana. Y con la inocencia de un niño, una parte de mi se alegraba al saber que no habría colegio al día siguiente por el motivo que fuera, incluso por la muerte. Carlos Pizarro, Jaime Pardo, Bernardo Jaramillo, José Antequera…Sin entender muy bien las motivaciones y creer equivocadamente que el General Maza Márquez era el adalid de la honestidad (hoy es investigado por su presunta participación en el crimen contra Galán), pensaba que tal vez así era como funcionaban los países.

Pero no. Colombia se ha habituado a la desigualdad y a estar en guerra consigo misma. Que por la guerrilla, que por el narcotráfico, que por los paramilitares, que por el ejército, que por las multinacionales… Y ahora, para mayor emoción, con los países vecinos y hermanos, con quienes compartimos desde los colores de la bandera.

Se comienzan a destapar las cartas. Sobre la reelección y sobre lo que queda y quedará.  Un país más problemático que nunca, cuya seguridad democrática interna se ha traducido en el aislamiento continental de su propia falta de democracia. Y por supuesto, como no, de la carencia de dignidad y soberanía.